Diego Ángel Moraleja: del motín de Aranjuez a la guerrilla

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Diego Ángel Moraleja es uno de los muchos hinojoseños cuyo nombre permanece en la historia y que a través de las páginas de este blog trataremos de rescatar del anonimato. Diego Ángel era natural de Monreal, hijo de Juan de Moraleja y de María de Cuenca, y vecino de Hinojosos del Marquesado tras su matrimonio con Jerónima de Montalbán en la parroquia de San Bartolomé en el año 1775. Ocupado de su casa y su hacienda, transcurriría la mayor parte de su existencia de manera similar a la de sus semejantes, hasta que en 1808 su vida, al tiempo que la historia de nuestro país iba a dar un giro de ciento ochenta grados.

España empezaba el siglo XIX sumida en un clima de grave crisis económica y política, con un sistema absolutista en clara descomposición y una monarquía enredada en intrigas palaciegas entre el rey Carlos IV y su hijo el príncipe Fernando. En este contexto estallaría en marzo de 1808 el motín de Aranjuez, una revuelta de carácter popular instigada por la camarilla del príncipe dirigida contra Manuel Godoy, valido del rey.

El factor desencadenante fue la entrada en nuestro país del ejército francés que se dirigía a Portugal, consecuencia de la firma del tratado de Fontainebleu (1807). La cada vez mayor presencia de tropas francesas hizo saltar las alarmas en la población española, que además había de soportar los costes de su manutención. La alarma llegó al propio Godoy, que ordenó el traslado de la familia real a Aranjuez, para que en caso necesario pudiera trasladarse a Sevilla y desde allí poder embarcarse hacia América. En la noche del 17 al 18 de marzo, alentados por la camarilla del príncipe, un nutrido grupo de diversas gentes, armados con palos, azadas y teas atacaron y saquearon la casa de Godoy, y éste fue hecho prisionero, habiendo de intervenir el propio Fernando para evitar un linchamiento público. La interesada mediación de Napoleón como árbitro entre rey y príncipe se saldó finalmente con la cesión de la corona española a favor de su hermano José Bonaparte en las célebres abdicaciones de Bayona. Para entonces, el levantamiento contra los franceses había empezado con el dos de mayo madrileño como icono.

Durante los seis años que duró la Guerra de Independencia (1808-1814), las librerías se inundaron de libros, folletos, papeles y hojas sueltas en que se celebraban los últimos felices acontecimientos, se ensalzaba y bendecía a los generales victoriosos y al deseado Fernando o se ridiculizaba a los afrancesados y al zarandeado Pepe Botella (José Bonaparte). Fue tal la ingente producción literaria, “obras unas de estimables escritores e insignes poetas, engendros otras de audaces escribidores y ramplones copleros, y aún algunas sencillamente trozos para sacar cuartos”, en palabras de alguna crónica periodística, que hubo de regularse su publicación restableciéndose la censura previa.

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Gaceta de Madrid, núm. 117, de 26/08/1808, página 1090

Aunque esto puso algún coto a los autores y editores, la producción fue en aquellos días extraordinaria, y sólo con los anuncios publicados en la Gaceta de Madrid, antecedente del actual Boletín Oficial del Estado, puede formarse una larguísima lista. Entre los textos mencionados se encuentra uno cuyo título y contenido alude directamente a nuestro pueblo y a uno de sus habitantes:

Proclama enérgica y elocuente a los habitantes de los Hinojosos, provincia de La Mancha y lugar del célebre Diego Ángel Moraleja, el primero que descubrió a Godoy a donde estaba oculto y le puso preso a la vista del Rey, de la tropa y servidumbre de la casa real.

En este texto se ensalza la figura de Diego Ángel Moraleja por ser el que detuvo a Godoy durante el motín de Aranjuez. Este episodio sería ensalzado durante la Guerra de Independencia como referente moral en la lucha contra las tropas invasoras y en la defensa de los “derechos ultrajados” y de la “honra” de la nación española:

“Seguid las honrosas huellas de vuestro convecino Diego Ángel de Moraleja, imitad su patriotismo y su celo: vedlo cubierto de canas arrostrar los mayores peligros, y sacrificar gustoso sus dos hijos en defensa de una causa tan justa después de haber consumido su patrimonio en la carrera de las letras…”

El texto aporta poca información acerca del personaje: se nos dice que es un hombre mayor, “canoso”, que tiene dos hijos y que ha consumido su patrimonio en la carrera de las letras; pero poco más, el grueso del texto es una auténtica arenga militar y patriótica exhortando a la lucha contra los franceses. Necesitamos, pues, recurrir a otras fuentes para averiguar más sobre nuestro protagonista.

Por varios documentos relativos a la Guerra de Independencia que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, sabemos que desempeñaba la labor de celador o guarda de los montes y plantíos del municipio de San Clemente. En noviembre de 1809 Diego Ángel Moraleja informa de que ha reclutado un grupo de doce personas y solicita al ministro de Guerra que se le nombre comandante de una partida de guerrilla montada en La Mancha. Solicita se pongan a su disposición caballos y monturas, ya que disponen de lanzas. Como aval afirma el interesado que “sus méritos, servicios e intrepidez son bastante conocidos” y que desempeñaría su función “para manifestar su valor y patriotismo hasta perder la vida como en distintas veces la ha puesto en peligro y consta a V. E.”. El ministro accede a su petición y se le informa de que se presente ante el General del Ejército del Centro.

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Firma de Diego Ángel Moraleja

De la actividad de su guerrilla pocos datos conocemos. Sabemos por una carta del propio Moraleja fechada el 21 de enero de 1810 que su partida había estado actuando por Hellín y Tobarra, y que a su regreso, detuvo en Villarrobledo al criminal Ramón Sánchez Ortiz, alias Bolas. Iba a ser esta una de sus últimas acciones pues el dos de marzo de ese mismo año su hijo Casimiro se haría cargo de la partida tras el fallecimiento de su padre.

El punto final a su vida se convertiría en punto y seguido con la continuación de su actividad guerrillera en la persona de su hijo, y al legar su nombre a la historia como uno de los muchos guerrilleros, en este caso convecino nuestro, que, desde su humildad, con sus pequeñas, medianas o grandes acciones, aportaron su inestimable ayuda a la causa que defendían y contribuyeron de manera definitiva al desenlace final de la guerra.


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