La desamortización de los hornos de pan

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La desamortización fue un proceso histórico que consistió en la expropiación y subasta de los bienes de las llamadas “manos muertas”, en las que se incluía a la Iglesia, los concejos y municipios. Se inició a finales del siglo XVIII y no se cerró hasta 1924, aunque el periodo más significativo coincidió con la desamortización eclesiástica de Mendizábal y la civil de Madoz a mediados del siglo XIX. La finalidad primera era conseguir unos ingresos extraordinarios para la Hacienda pública, aunque con las desamortizaciones también se pretendía sustituir la estructura de la propiedad de origen feudal por otra capitalista, que permitiera la formación de una burguesía que liderara el desarrollo económico dentro de los parámetros del liberalismo en boga.

Históricamente los hornos fueron una importante fuente de rentas feudales. El Concejo, el señor de la villa o la Orden Militar en cuestión eran propietarios de las llamadas casas horno, que arrendaban anualmente. Además, ponían trabas a la creación de nuevos hornos que amenazaran unos ingresos asegurados.

Con las lógicas diferencias comarcales y locales, en el siglo XVI eran unos establecimientos públicos donde las mujeres iban a cocer el pan, por lo que se les denominaba “hornos de pan cocer”. Era un sencillo edificio en cuyo interior estaba el horno y un corral anexo para almacenar la leña. En las relaciones de Felipe II (1575) de Hinojoso de la Orden se hace referencia a la existencia de un “horno de poya de cocer pan” que pertenecía a la encomienda de Villaescusa de Haro. Las encomiendas eran las demarcaciones en que se dividían los territorios de las órdenes militares. Hinojoso de la Orden tuvo su propia encomienda hasta 1515 en que se anexionó a la de Villaescusa por la escasa cuantía que rentaba.

Los hornos se arrendaban cada año por subasta a un hornero con la obligación de mantenerlo encendido todos los días. Por norma general, por la cocción de pan cobraba con pan. Así, en función de los panes que se cocieran el hornero se quedaba con una cantidad de los mismos y a estos panes se les daba el nombre de “pan de poya”. El nombre de “poya” deriva de los poyos donde se depositaba el pan hasta el momento de meterlo en el horno. Construidos de piedra y yeso eran una especie de bancos corridos que se situaban a lo largo del horno y servían para asentar el pan durante la fermentación. Posteriormente se sustituyeron estos poyos de obra por tableros de madera.

La importancia del horno y la dependencia vecinal de él era tal que el número de hornos en cada población era indicativo de los habitantes de la villa. Según el Catastro de Ensenada (1752) en la Orden había cuatro. Además del propio de la encomienda de Villaescusa de Haro, arrendado por Pedro Ruiz Castillo, los otros tres pertenecían a Manuela Mellado, Francisco Parra y Ana Izquierdo Parra.

El mismo documento nos describe el horno de la encomienda de la siguiente manera: “Un cuarto que sirve de horno de pan cocer en la calle del Molino y Placeta de San Antonio, a sola teja, su frente dieciséis varas (quince metros) y de fondo nueve (siete metros). Linde con casas de Francisco Tavira y con huerta de Don Pedro de Liébana. Lo tiene en arrendamiento Pedro Ruiz Castillo”. Estaba ubicado junto a la Placetilla, haciendo esquina con la calle Oliva, antigua calle del Molino, que probablemente toman su nombre del molino de aceite que había en dicha calle y que en el siglo XVIII pertenecía a Tomás de Perea y Lara.

Con el paso del tiempo, este antiguo horno de la encomienda, llamado el horno grande, fue cayendo en desuso y abandono, de tal manera que en el año 1849 no era más que un solar, que pertenecía al convento de religiosas agustinas de Villaescusa de Haro, propietaria de los bienes de la encomienda. Así, en virtud de la conocida como Desamortización de Mendizábal (1836), que afectó a los bienes propiedad de las órdenes religiosas, fue puesto a la venta. Del antiguo horno no quedaba  “más pared que la de del sur, norte y parte del oeste”, “no tiene aprovechamiento ninguno” y “sólo tiene un palo podrido que este está sostenido en la capota de dicho horno”. Tras varias subastas sin encontrar postor, su precio de tasación de fue rebajando, de 1.400 reales a 937, para ser finalmente vendido el 1 de marzo de 1862 a Pedro de Vela, vecino de Cuenca por 452 reales.

En el barrio del Marquesado, nos situamos en la actual plaza Adolfo Heras, frente al edificio que ocupa la biblioteca. Allí, según el Catastro de Ensenada, había un horno perteneciente a los bienes de propios de Hinojoso del Marquesado, es decir, de propiedad municipal, por cuyo arrendamiento recibía al año mil diez reales. Esto fue así hasta que la Desamortización de Madoz (1855) obligó a que la mayoría de las propiedades de los municipios fueran vendidas en pública almoneda, pasando a manos privadas.

En 1861, los peritos encargados de su tasación nos describen pormenorizadamente el edificio: “Este horno se halla en la placeta frente a la iglesia de dicho Marquesado, lindando al sur con Joaquín Izquierdo, oeste Ramón Moya y norte solar propio de este horno. Su construcción es buena, particularmente la fachada este, que toda ella es de piedra y cal, las demás son de piedra, barro y tapia; su cubierta es par hilera con bovedillas; el horno es de poca estimación, su suelo es de barro, ocupa una superficie de ochenta y siete metros y setenta y tres centímetros. El solar está a la parte del norte unido al horno. Está sin atajar, de modo que hoy es servidumbre del que quiere y ocupa una superficie de veinticinco metros y noventa y dos centímetros, que unidos estos a los del horno hacen un total deciento trece metros y sesenta y cuatro centímetros. Debajo de este horno hay un sótano cueva. Le consideran que el justo valor que en venta merece es de dos mil cuatrocientos ochenta y tres reales”.

La desamortización de estas y otras propiedades contribuyeron a transformar el municipio a lo largo del siglo XIX, dando nuevos usos y aprovechamientos a edificios y solares públicos. Así, podemos afirmar que la revolución liberal no sólo mutó las estructuras socioeconómicas y políticas, sino también el paisaje urbano de los pueblos y ciudades.


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