El motín de 1907

El cobro de impuestos ha sido un foco constante de conflictividad social a lo largo de la historia. La contribución territorial, que gravaba inmuebles, cultivos y ganadería, fue el pilar fundamental del sistema impositivo de la época de la Restauración (1875-1931). Desde finales del siglo XIX el aumento de la eficacia en la persecución de la morosidad coincidió en el ámbito rural con una crisis agraria y el consiguiente empeoramiento de la situación económica de los agricultores. Consecuencia de ello fueron las miles de subastas de fincas provocadas por débitos a la contribución territorial; unos procedimientos ejecutivos que en numerosas ocasiones concluyeron con la adjudicación de los inmuebles a Hacienda.

Sobre esta base general se han desarrollado a lo largo y ancho de nuestro país multitud de motines y revueltas sociales. El repertorio de protesta es muy dispar en todos los aspectos, bien por medio de la palabra o de la acción, organizada o espontánea, violenta o pacífica, minoritaria o mayoritaria, de clase o popular, y así hasta configurar un mosaico que va evolucionando a lo largo de la historia. Nuestro pueblo no ha sido ajeno a ellos y la documentación histórica así lo ha recogido, pues nos encontramos con dos episodios muy distintos el uno del otro y que nos habla de esa variedad en las formas de protesta. Uno de ellos por medio de la palabra sirviéndose del periódico, en tanto que era el medio de comunicación más frecuente en la época, y el otro por medio de la acción, en este caso el motín.

La figura del recaudador de impuestos como cabeza visible y brazo ejecutor no era muy popular entre la población y era el objeto de las iras de la población. Estos recaudadores debían depositar previamente una fianza por el importe total que se estimaba se iba a recaudar, por lo que se incrementaba el celo de los mismos por recuperar el dinero que previamente habían adelantado en el momento de su nombramiento.

El 23 de octubre de 1907 Los Hinojosos recibió la visita del recaudador de contribuciones acompañado de sus auxiliares, que se alojaron en la posada de la plaza, propiedad por aquel entonces de Manuel Moya. Tras proceder al embargo de los bienes de varios vecinos que no podían afrontar el pago, la posada fue rodeada por un grupo de “alborotadores”-tal y como se les menciona en un telegrama- profiriendo amenazas e insultos y con el ánimo de asaltar los valores de la recaudación. Hasta la posada se desplazaron un cabo y tres agentes de la benemérita del puesto de Mota del Cuervo para proteger al recaudador. La fuerte custodia y la presencia de la Guardia Civil a la que los alborotadores no dejaron de vitorear contribuyeron a ir aplacando los ánimos. Aún así, los agentes permanecieron dos días apostados en la posada en espera de recibir más refuerzos. El día 25 se presentó en la localidad el capitán de la Guardia Civil con nueve individuos de tropa, “encontrando el pueblo tranquilo y observando alguna excitación de ánimos contra los cobradores de contribuciones”, según informaron. La presencia de hasta catorce guardias civiles da una idea de la dimensión del altercado, en el que afortunadamente no hubo de lamentar daños personales.

Transcurrido el tiempo, en octubre de 1930, la protesta tomó forma de queja formal en una noticia publicada en un periódico de la época, en la que leemos:
“Hace pocos días se presentó en este pueblo de Cuenca un recaudador de contribuciones, pretendiendo cobrar de un golpe y sin el menor plazo las cuotas de quince años atrasadas, en los que no había visitado el pueblo ningún agente recaudador. Apoyado por la fuerza pública, los vecinos no tuvieron más remedio que pagar. Algunos lo hicieron al momento; pero otros, careciendo de numerario, tuvieron que vender casas y enseres a toda prisa, con la consiguiente pérdida, para satisfacer al recaudador, quien embargó a otros vecinos máquinas y animales de labor, después de descerrajar algunas puertas de las casas donde se habían encerrado los que, incautos, esperaban no ser despojados de sus respectivos medios de vida. ¿Por qué no se efectúa la cobranza de los tributos a su debido tiempo? ¿Es justo que el pago se exija con tal apremio y tan condenable violencia? Todo el vecindario de Los Hinojosos nos ruega que hagamos público lo ocurrido”.

Si extrapolamos estos episodios locales y los situamos en el contexto general, podemos realizar un análisis histórico que nos sitúa en la realidad de una Administración que se mostraba implacable en el trato con los pequeños contribuyentes e impotente frente a los grupos de poder municipales, una Hacienda excesivamente burocratizada y alejada de la realidad en sus ramificaciones más cercanas al contribuyente y un modelo tributario agotado, heredado del siglo anterior que no respondía a los cambios económicos y sociales que el país estaba experimentando. Todo ello en un contexto social en ebullición, donde era habitual el recurso a la fuerza, ya fuera para saldar cuentas personales, para subvertir el orden social, para conservar la posición de poder o para mantener el orden público.


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